La biblioteca escondida entre las montañas mágicas
- Biblioteca San Andrés
- 2 mar 2019
- 6 Min. de lectura
Entre los meses de octubre de 2018 y febrero de 2019 tuve la posibilidad de conocer la magia de Tierradentro a partir de la pasantía realizada en la Biblioteca Pública de San Andrés de Pisimbalá, un lugar marcado históricamente por los conflictos, pero que con alegría y una gran riqueza cultural que se pasa por desapercibida, camina día a día en la vía de la transformación positiva.
Llegué a Tierradentro por la vía que comunica la ciudad de Popayán con el municipio de La Plata en el Huila, una carretera de interés nacional llamada Transversal del libertador. Una hora y media después de la partida en el bus de la 1:00pm se impone el cerco montañoso de la cordillera central que custodia la indomable región, cuna del pueblo Nasa que tanto trabajo costó para los españoles durante el tiempo de la invasión. Tras una espera de casi una hora adicional en el sector de Los Alpes donde volquetas y retroexcavadoras buscan robarle a la montaña terreno para construir por fin la vía pavimentada, un incidente menor nos atrapó tres horas más, presos del frío paramuno, sin comunicación y rodeados de barro, nos cayó encima la noche antes de que fuera posible desenterrar un camión que había sido víctima del pantano. El primer día en Tierradentro concluyó alejado de todas las expectativas, obligado a pasar la noche en la desolada cabecera municipal de Inzá y en la habitación más sencilla del hotel del pueblo.
La mañana siguiente era otro el ambiente, sábado es día de mercado y por ello la cabecera se llena de vehículos con gentes venidas de todas partes para comerciar con sus productos. Tal es la magnitud de la muchedumbre, que el 7 de diciembre de 2013 el entonces frente sexto de las FARC-EP escondió una carga explosiva en un camión cargado con cebolla y la accionó frente a la estación de policía. Me subí en una camioneta que tenía como destino la vereda de El Picacho, jurisdicción del resguardo indígena de San Andrés de Pisimbalá, entre risas y miradas amables transcurrió el trayecto de aproximadamente cuarenta minutos. Una vez llegué al caserío de San Andrés, me encontré de frente con la monumental iglesia colonial en pleno proceso de reconstrucción, por demás las calles se encontraban vacías y silenciosas.
A San Andrés de Pisimbalá lo han golpeado todos los conflictos, desde la época en donde solo habitaban aquí las comunidades indígenas, la evangelización no tan pacífica que llevó a cabo la iglesia, la llegada de colonos campesinos que fueron tomando tierra poco a poco, el conflicto armado con las insurgencias, y más recientemente el enfrentamiento que se desató entre la comunidad, que dejó como resultado una herida que aún no cicatriza. Cuando me percaté que las actividades culturales nunca han sido la opción de los pobladores de este lugar me propuse el reto de convertirlas en una opción, de transformar la biblioteca pública de sala de reuniones a foco de ebullición de ideas y programas.
Pasados algunos días ya sentía el calor de hogar de una comunidad que está acostumbrada a acoger con los brazos abiertos a foráneos que llegan de repente, y que en algún momento parten de nuevo. A medida que hilaba más conversaciones mi visión sobre el conflicto se iba haciendo más compleja, una puntada definitiva la observé durante una visita al colegio Yuç Kwet Zuun, cuya existencia es producto del ya mencionado conflicto. Un joven que se presentó como candidato a magister de un programa en derechos humanos estaba buscando una entrevista, precisamente sobre la confrontación, lo que recibió fue la negativa tanto del personal de la institución como de muchas otras
personas de la comunidad, puesto que la prevalencia de la problemática genera silencio.
Fue por ello que tomé la decisión de hacer pocas preguntas, me dediqué a escuchar, a
compartir café, caminatas, o platos de comida, en esa medida pude realmente acercarme
a la comprensión del contexto, solamente estando en territorio, viviendo de él y
conviviendo con sus habitantes, es posible cualificar nuestra mirada sobre la ruralidad en
Colombia.
En tal sentido, evalué mis habilidades y las puse en contraste con lo que sería bien
recibido por la población. San Andrés de Pisimbalá es un territorio extraordinariamente
rico en el ámbito cultural, años de hibridación cultural dejan como saldo un sinfín de
prácticas, músicas, relatos, leyendas, comidas, formas de celebrar y de organizarse que
son la materia prima de cualquier trabajo en el área de la comunicación. En este
escenario no es difícil entusiasmarse, cargarse de trabajo, dedicar horas sin medir
horarios, todo puesto en la envoltura mágica del territorio. Si bien los hipogeos del Parque
Arqueológico Nacional de Tierradentro son alucinantes, todos los demás aspectos que se
mantienen ocultos bajo el manto de la cotidianidad conforman un universo completo de
significados, que me hacen pensar en ese país desconocido que sigue siendo Colombia.
La mejor manera de estar en contacto permanente con la memoria de San Andrés de
Pisimbalá, fue vivir con una fuente viva de ella. Mi estancia en el lugar la pase en
“Residencias El Viajero”, una posada que me gusta etiquetar como hostal rústico,
atendido enteramente por su propietaria desde hace más de 35 años, doña Martha Lía
Velasco Mellizo. La familia Velasco llegó a San Andrés de Pisimbalá durante la época de
la violencia, expulsados de Mosoco, jurisdicción del municipio de Páez en límite con
Silvia, al norte de Inzá. Con sus 88 años y una lucidez impresionante, doña Martha que es
la única hija viva de don Gonzalo Velasco, es una contadora de historias de tiempo
completo, yo me convertí en estos meses en su más fiel contertulio. En la casa de
enseguida, su homónima sobrina Martha Velasco, abrió un día su puerta y me permitió
entrar no solo en su mundo familiar, sino en el universo infinito de la gastronomía típica de
la región. Martha quien integró también el semillero de memoria, fotografía y video,
conformado en el desarrollo de la pasantía se prestó para ser mi maestra y la de todos los
interesados en el tema, pues ella es la protagonista de la sección de cocina del canal
Tierradentro desde adentro, producto final del proyecto ejecutado.
Un jueves cualquiera, madrugué en compañía del profesor retirado Armando Ángel, para
emprender camino hacia “el salto del gato”, el filo de una montaña que es guardiana
imponente del pueblo. El profesor me compartió leyendas, conocimiento sobre plantas,
relatos de su vida atravesando caminos de herradura para llegar a las escuelas más
alejadas, e incluso la nostalgia por el proyecto arquitectónico original de la biblioteca
pública, que por cuenta de la negligencia que caracteriza las administraciones
municipales nunca pudo ser llevado a cabo, la idea era construir una estructura en forma
de hipogeo, con un segundo piso en guadua y un puente en el mismo material que
conectara con la escuela, el proyecto se quedó en sueños.
Lastimosamente el pensamiento de muchas personas permanece aún muy arraigado a
las formas tradicionales de la educación, poco valor se le da a las nuevas tecnologías, y
menos aún a la capacidad que tiene la cosmovisión ancestral para transformar prácticas y
relaciones sociales. Batallar del lado de la memoria siempre será una tarea tenaz, pero
necesaria, este es quizás el único ejército que contemplo necesario armar. Una de las
últimas actividades que se organizó en la biblioteca pública de San Andrés de Pisimbalá,
se denominó “Día de la memoria”, cansado de una visión de biblioteca estática y con
libros empolvados, me propuse en compañía de otras mentes desfasadas montar un
museo, con las abuelas como cómplices, y mujeres jóvenes como coautoras,
transformamos la biblioteca en un recinto de la curiosidad, tertuliamos por más de dos
horas sobre cuidos, guacas, fiestas, entierros, rituales y amaños, y al final encomendamos
a dos niños de la comunidad para que fueran los guardianes de pequeños relatos que las
abuelas consignaron en hojas de papel y sellaron en sobres. El compromiso de los
pequeños es cuidar dichos sobres por diez años, cumplido el plazo nos volveremos a
encontrar en San Andrés de Pisimbalá, recinto de magia y cultura escondido entre
montañas, tova volcánica y cañones de ríos bravos.
Termina con notas disonantes mi estancia en Tierradentro, lamentando la intransigencia
de la administración local, y tal vez la marcha tranquila de la comunidad para tener abierta
nuevamente su biblioteca. Sin embargo, el trabajo realizado y las evidencias que quedan
dan cuenta de una experiencia apasionante, que espero sea solo el comienzo de una
serie de transformaciones, que permitan por fin darle a San Andrés de Pisimbalá y a su
comunidad, después de años de conflicto, una nueva oportunidad sobre la tierra.
Por Michael Stiven Valencia Villa
Pasante de la Biblioteca Pública de San Andrés de Pisimbalá, 2018
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